jueves, 20 de septiembre de 2012

Los dilemas de Romney-Obama


Pobres porque piden o piden porque son pobres.

A eso parecería reducirse el dilema de la carrera presidencial Romney-Obama.

Obama quiere ayudar, redistribuir la riqueza, repartir, pero el asunto es cómo diferenciar a los que realmente necesitan esa ayuda de los indolentes que están viviendo colgados de la ayuda del gobierno. Y realmente a veces no sólo basta mirar alrededor para darse cuenta quién es quién.

Pero la palabra “repartir” es un verbo incómodo. Repartir tiende a crear inútiles, a fomentar el vago que muchos llevamos dentro. Si me llega un cheque mensual, y yo sentado en la sala de mi casa, ¿qué necesidad tengo entonces de salir a trabajar? Es cínico sentido común. Y nosotros los cubanos sabemos que repartir (sobre todo cuando no se tiene qué) y no crear oportunidades para la iniciativa individual, para la creación de riqueza, lleva directo a la situación que vive Cuba hoy: un país y una sociedad quebrados.

Por su parte, Romney quiere quitarse de arriba a los colgados, y probablemente en ese proceso de purga no tenga en cuenta a una buena parte de los verdaderos necesitados. Romney no quiere redistribuir, no quiere repartir, lo que quiere es crear riqueza y que la gente aproveche las oportunidades y que todos ganen dinero, sin necesidad del gobierno. Esa es la teoría, ese el discurso electoral.

Lo que no dice Romney, o su profeta Ryan, es cómo va a suceder todo eso: cómo se puede crear la riqueza, o las oportunidades para crearla, y que la gente tenga acceso a ello; cómo una familia puede cubrir sus gastos y ahorrar un poco de dinero para unas vacaciones, cómo va a ganar eese dinero necesario, ¿acaso van a subir los salarios tan sólo porque se cree esa riqueza, que con toda seguridad irá a parar a las manos de las compañías y sus dueños?, ¿o van a bajar las absurdas rentas o el precio de los carros? Eso, como todos sabemos, es poco probable.

Sin embargo es obvio que, tanto Obama como Romney, tienen razón en una parte de lo que dicen. El dilema real entonces se reduce a quién y cómo va a usar los buenos criterios de ambos candidatos, dejando fuera las partes negativas.

Obviamente haría falta, como en el diagnóstico de las enfermedades graves, una tercera opinión.

Pero claro, entonces no se trataría de la lucha por el poder político.

Y esas cosas simplemente no suceden en nuestro mundo.

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