Pobres porque piden o piden porque son
pobres.
A eso parecería
reducirse el dilema de la carrera presidencial Romney-Obama.
Obama quiere ayudar, redistribuir
la riqueza, repartir, pero el asunto es cómo diferenciar a los
que realmente necesitan esa ayuda de los indolentes
que están viviendo colgados
de la ayuda del gobierno. Y realmente a veces no sólo basta mirar alrededor
para darse cuenta quién es quién.
Pero la palabra
“repartir” es un verbo incómodo. Repartir tiende a crear
inútiles, a fomentar el vago que muchos llevamos dentro. Si me llega
un cheque mensual, y yo sentado en la sala de mi casa, ¿qué
necesidad tengo entonces de salir a trabajar? Es cínico sentido
común. Y nosotros los cubanos sabemos que repartir (sobre todo
cuando no se tiene qué) y no crear oportunidades para la iniciativa
individual, para la creación de riqueza, lleva directo a la situación
que vive Cuba hoy: un país y una sociedad quebrados.
Por su parte, Romney
quiere quitarse de arriba a los colgados, y probablemente en ese
proceso de purga no tenga en cuenta a una buena parte de los
verdaderos necesitados. Romney no quiere redistribuir, no quiere
repartir, lo que quiere es crear riqueza y que la gente aproveche las
oportunidades y que todos ganen dinero, sin necesidad del gobierno. Esa
es la teoría, ese el discurso electoral.
Lo que no dice Romney, o su profeta Ryan, es
cómo va a suceder todo eso: cómo se puede crear la riqueza, o las
oportunidades para crearla, y que la gente tenga acceso a ello; cómo
una familia puede cubrir sus gastos y ahorrar un poco de dinero para
unas vacaciones, cómo va a ganar eese dinero necesario, ¿acaso van a subir los salarios tan sólo porque se cree esa riqueza, que con toda seguridad irá a parar a las manos de las
compañías y sus dueños?, ¿o van a bajar las absurdas rentas o el
precio de los carros? Eso, como todos sabemos, es poco probable.
Sin embargo es obvio
que, tanto Obama como Romney, tienen razón en una parte de lo que
dicen. El dilema real entonces se reduce a quién y cómo va a usar
los buenos criterios de ambos candidatos, dejando fuera las partes
negativas.
Obviamente haría falta, como en el diagnóstico de las enfermedades graves, una
tercera opinión.
Pero claro, entonces
no se trataría de la lucha por el poder político.
Y esas cosas
simplemente no suceden en nuestro mundo.
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