“El país se derrumba y él bailando”
Silvio Rodríguez, con una pizca de decencia.
Y que toca la tumbadora, el mandatario mandamenos.
Me recordó a Abdala Bucaram, aquel rumbero que fue presidente de Ecuador por un año escaso y que salió defenestrado pues aparentemente lo suyo era la pachanga y no la presidencia, LQQD.
Pero este presidente monigote cubano de esta casi poscastrista era no va a durar solo un año. Qué va. Que en Cuba se gastan presidentes hasta que se gastan y terminan arrugados como pasas, meándose en un sillón de ruedas. Pulverizados, pues.
No se irá pronto entonces Canel. Y eso, a pesar de que como presidente no valga un nabo pues, de lo que ha dicho, y de lo que se ha visto, es más de lo mismo pero vestido de civil. Vamos, ni siquiera baila bien.
Sin embargo, nada de eso opacó el entusiasmo de la masa afecta al dinosauriato.
Un entusiasmo extraordinario se desplegó porque, en un vídeo de unos segundos de duración, el presidente y su rolliza esposa echan ese pasillito, en un aquelarre de aparatchiks, espías, gurrupiés y advenedizos.
“¡Mira, el presidente bailando!”, clamó el hato, en orgásmico y revolucionario regodeo, como si aquello ya lo ungiera y calificara, al bailador, para hacer algo por el país que se le sigue deshaciendo entre los dedos.
Se conforman con poco los cubanos de hoy día. Contentos están con sus aprendices de dictadores, sus presidentes hereditarios, ah, pero eso sí: que, si baila, qué maravilla de cubanía, porque cada cubano debe saber bailar y bailar bien.
Y tenemos entonces que, después de esta inútil y costosa visita a la ciudad de Nueva York, lo más relevante ha sido el bailecito, la tumbadora, y que Robert de Niro reveló una extraña preferencia por tiranuelos anodinos.
¿Les digo algo?
Yo preferiría un presidente basurero.
En la esquina de la cuadra donde vive mi padre en Santos Suárez la basura se acumula durante semanas y los enjambres de moscas se encargan de hacerle compañía a los ancianos.
Se necesita un presidente que, con la manga al codo, recoja la basura. Que sea también el estibador que abastezca los mercados con suficiencia y oportunidad, para que mi padre no tenga que madrugar para poder comprar un trozo de carne de cerdo antes de que, como siempre ocurre en Cuba, se acabe.
O puede el presidente ayudar a arreglar las aceras, para que no se trabe en tanta grieta el bastón de mi viejo.
Me gustaría poder admirar al presidente de turno por cosas como esas, y por las otras tantas que urge hacer para que el país sea funcional y lógico. Eso me gustaría.
Porque lo que se necesita es un presidente que haga su trabajo, y no que venga a Nueva York a perder el tiempo.
O a bailar, pues.