domingo, 22 de julio de 2018

El fantasma del socialismo recorre el Partido Demócrata

Pienso que Donald Trump es culpa de Hillary Clinton, de la política del Partido Demócrata en la administración de Obama, y de Obama.

Toda aquella retórica y reclamo acerca de las minorías, los derechos de las minorías, la existencia de las minorías, asunto del que el 73% de la población de los Estados Unidos, los blancos no hispanos, era sistemáticamente excluido, entre otras cosas le abrió el camino a la presidencia a Donald Trump.

Uno pensaría que los demócratas han tenido tiempo de rumiar su derrota, que se auto diagnosticaron, y que vendrían con algo fresco, inteligente, ganador. Pero, para mi sorpresa y decepción, ese mismo discurso sigue siendo uno de los pilares del Partido Demócrata (PD), inflamado aun más ahora por la política anti migración del presidente Trump.

Eso por si solo sería alarmante, pero ni remotamente es lo más grave dentro de lo que presenta el PD a la sociedad americana: como si fuera poco su desconecte con la mitad de los americanos, ahora hay una corriente francamente de izquierda ganando fuerza dentro de las filas de ese partido.

Izquierda que dice que la dirigencia del Partido Demócrata debe despertar y prestar atención a lo que realmente quiere el pueblo. Ese tipo de cosas dice. Y yo sé adónde se va a parar cuando alguien piensa que sabe “lo que quiere el pueblo”; sobre todo cuando se trata, en el mejor de los casos, de un puñado de pueblo. Ni siquiera de la mitad, la que vota demócrata.

Izquierda que, además, a estas alturas, en los Estados Unidos de América, se confiesa socialista.

Son gente joven. Nacida cuando aun no se enfriaba el cuerpo insepulto del campo socialista. Gente que nunca conoció el desastre de la utopía comunista, para la cual la guerra fría es un acontecimiento con misiles y uno de los Kennedy, perdido en la bruma del siglo XX; gente para la que Cuba es un destino turístico exótico, una suerte de museo del automovilismo americano, donde hay salud gratis y las personas son aceptablemente felices gracias al socialismo, y no un país bajo una dictadura que ya tiene la misma edad que los padres de estos neo izquierdistas.

Gente a la que solo le quedaría como referencia de lo que es el socialismo esa propia Cuba, Corea del Norte, la izquierdosidad latinoamericana y lo que les cuente Bernie Sanders.

Gente que, al hablar de socialismo, no tiene la menor idea de lo que habla.

Pero, mire Usted, les doy el beneficio de la duda. Quizás se estén refiriendo cuando hablan de socialismo a los estados de bienestar que existen en Europa, particularmente en Escandinavia, o al sistema de salud pública canadiense. Bienestar que incluiría también educación superior pagable, incluso gratis, y otras reformas sociales que harían menos agobiante el rat race americano.

La idea no suena mal, ¿verdad? Al cabo, ¿quién no quisiera tener atención médica de primera y gratuita, o poder enviar a un hijo, o tres, a una prestigiosa universidad sin tener que dejar empeñados los riñones en un banco?

Pero las cosas, déjeme le digo, no son tan simples. Nunca lo son.

Pues ante tanta iniciativa se impone una pregunta: quién va a pagar, y, sobre todo, ¿cómo se va a pagar la cuenta del proyecto de los neo socialistas?

Veamos.

***


Para mantener a los Estados Unidos como ese rompehielos que abre camino en la industria farmacéutica, biotecnológica, de salud, en la academia, la investigación, la innovación tecnológica constante, entre otras tantas, se necesita dinero. Muchísimo dinero.

Tenemos por ejemplo la industria del seguro médico, que es uno de los financiadores de esa maravilla que llamamos quality of life. La cuenta es simple: el que desarrolló el medicamento que le controla a Usted el colesterol, la diabetes, la taquicardia, o la hemofilia, le pone un precio a su producto. El que le de la gana. Y lo hace así el productor porque tiene que cubrir lo que invirtió en investigación, pruebas clínicas, científicos, abogados, publicidad, los costos en general, y tener además una ganancia.

Cuando un especialista, doctor en medicina, que pagó (y probablemente aún está pagando) el medio millón de dólares que le costó la carrera, le prescribe a Usted ese eficaz medicamento de última generación, Usted le pasa esa cuenta al seguro médico.

También lo hace el doctor, que tiene que cobrar por sus servicios, cubrir sus costos, tener una ganancia, y pagarle a las universidades y hospitales donde estudió que a su vez tienen costos que cubrir, los salarios de los académicos, los administrativos, etc., y también tener ganancia.

Y el seguro médico cubre esos costos.

Lo hace porque Usted le paga a su vez al seguro médico una prima mensual con dinero de su salario. Así, el doctor, el hospital, la clínica, los académicos, los laboratorios, los investigadores farmacéuticos pueden seguir haciendo lo que mejor saben hacer: aumentándole a Usted la calidad y expectativa de vida mientras Usted sigue comiendo verduras pensando que eso es lo que lo va a hacer vivir 90 años, y no la medicina moderna que ha sustituido a la selección natural.

Y entonces, en medio de todo eso, llegan los demócratas con esas ideas de socialismo tardío. Quieren, en primer lugar, gratuidades. Nada de seguros médicos, por ejemplo. OK. Yo también quiero cosas “gratis”.

Pero alguien tiene que pagar. Alguien tiene que cubrir los costos del bienestar o nuestra intención de vivir hasta los 90 se va a bolina. Y si no son las relaciones de mercado, las instituciones financieras, el mercado feroz y eficiente los que paguen esas cuentas, entonces tendría que ser el gobierno.


El gobierno, que a todos los niveles -federal, estatal- se haría cargo de sufragar esos enormes gastos. Y son realmente astronómicos esos números. Pero el dinero del gobierno sale de los impuestos. De los impuestos que Usted paga.

O sea que, para disfrutar de un estado de bienestar donde Usted no dependa de un seguro médico, pero donde le destupan las arterias, le controlen la glucosa, reparen sus caderas, le prescriban medicamentos de ultima generación y pueda Usted retirarse a tiempo para vivir con vida prestada hasta los 90 años, pues Usted tendría que pagar más impuestos. Muchísimo, pero muchísimo más de los que paga ahora.

Y si Usted paga esos impuestos, digamos el 60 o 70% de sus ingresos, para sufragar el estado de bienestar, ¿cómo va Usted a comprar esa casa de $400,000, y esos carros, y tomar vacaciones, con el dinero que le va a quedar disponible? Ni mencionar por supuesto la posibilidad de ahorrar algo.

¿A qué nivel se iría entonces el proverbial consumismo americano, que mantiene vital y vibrante al mercado? ¿Qué sucedería con las tiendas departamentales, la industria automotriz, los mercados abarrotados de comida y bienes de todo tipo? ¿Qué ocurriría con el mercado de bienes raíces, de la construcción, de los proveedores de todo tipo de materiales?

¿Qué pasaría con este capitalismo feroz, eficiente y creador de todo lo que disfrutamos?

Esas, y otras que sería muy extenso de exponer aquí, serían mis preguntas para los neo socialistas que, tradicionalmente, son muy, pero que muy malos para la economía. Digo más: jamás ponga la economía en manos de un socialista. Porque el socialismo, y la izquierda en general, y está más que comprobado, solo sobreviven en la sociedad capitalista manejada por capitalistas.

Y es que el socialismo, Ustedes lo saben, es muy caro.

***

Decía entonces que Trump es culpa de los demócratas. A su vez, pienso que esa radicalización política e ideológica hacia la izquierda que se está viendo en el Partido Demócrata es culpa de Trump. Es la ancestral acción y reacción funcionando a todo tren.

En ese contexto la idea de un capitalismo a la europea ni remotamente va a fructificar en los Estados Unidos. Vamos, a la primera mención de algo parecido quizás una parte de los millenials va a danzar al son de la música demócrata, pero el resto de la sociedad le va a dar la espalda y va a buscar a un candidato conservador que preserve el estatus quo de la sociedad americana. De nuevo la acción-reacción, tratando de encontrar la justa medida.

Si los demócratas se dejan conquistar por esa facción socialista que está asomando aquí y allá, creo que van camino de otra derrota electoral, y esta vez no por estrecho margen.



martes, 3 de julio de 2018

Mexicanos al grito de... la desesperación


El nivel de decepción y desespero de los mexicanos con su clase política se refleja en que hayan votado por un populista simplón y autoritario como lo es Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Algo parecido les sucedió a los venezolanos con Hugo Chavez. Y, como en el caso venezolano, lo peor es que  parece no había una alternativa que valiera la pena.

No es el triunfo de MORENA y AMLO un triunfo de la izquierda ni de una ideología: el resultado electoral mexicano es un grito de desesperación.

Y es un grito que, pasada la euforia del triunfo, debe causarle mucha inquietud a Andrés Manuel López Obrador.

AMLO ha pasado la mayor parte de su vida política en la cómoda posición de hipercrítico, víctima del sistema político, víctima de las circunstancias, victima de la oligarquía, víctima de sus correligionarios, arquetipo político de Nosotros, los pobres. Pues pobre de él, porque le llegó su hora.

AMLO tiene unos escasos meses para abandonar su rol de eterno atacante y asumir el papel de mandatario asediado por los próximos a
seis años.

Asediado, en primer lugar, por sus verborreicas promesas que se espera, por supuesto, que cumpla. Asediado por la clientela izquierdosista, por la otra izquierda, por sus votantes, simpatizantes, adversarios, y enemigos. Por Mexico en pleno, y eso no es poca cosa.

Asediado, efectivamente, como cada mandatario que lo ha precedido, por una nación multicultural, compleja, tercermundista, petrolera por excelencia, donde las soluciones que funcionan en el sur son ineficaces en el norte; pais repartido entre feudales caciques políticos, grupos de  poder, ejercitos de narcotraficantes, con el 25% de los mexicanos emigrados y con el 70% de la población bajo el límite de pobreza.

Eso, a muy grandes rasgos.

Según sus promesas, AMLO no solo debe subirle el salario a millones de mexicanos -sin que aún se sepa de dónde va a salir ese dinero- sino que debe sacar de la pobreza a otros millones que le escucharon y le tomaron la palabra. Los que votaron por el, pues.

Así mismo, tiene un reto mayor: los partidarios de AMLO y de la izquierda en general le achacan los cientos de miles de muertos por la narcoviolencia a los gobiernos anteriores y afirman que las masacres se detendrán por obra y gracia de Lopez Obrador.

No se han detenido a pensar, unos por falta de raciocinio, otros por pura saña politiquera, que esos muertos no tienen que ver con el gobierno de turno si no con la violencia que se ceba en la sociedad mexicana desde hace décadas -y aquí obvio, por razones evidentes, a la sangrienta Revolución Mexicana.

Un breve examen de los últimos 20 años de la política mexicana -venga esa violencia de los narcos, de paramilitares, de grupos políticos rivales- indica que las matanzas comenzaron con el gobierno de Felipe Calderón y su guerra contra los narcotraficantes.

Lamentablemente, el resultado de la política de Calderón no fue siquiera la reducción de la actividad delictiva, sino un desequilibrio de poder entre los diferentes carteles de la droga y probablemente una ruptura de un pacto tácito que hasta ese momento hubiera existido entre el gobierno y los narcos: relativa impunidad a cambio de paz para los civiles.

Pensar que con el arribo de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México los problemas de la violencia y el narcotráfico van  a desaparecer es, cuando menos, ingenuo. Quizás disminuya la violencia, ya que no el narcotrafico, si el nuevo gobierno pacta con los narcotraficantes de alguna manera.

De no ser así, veremos cuántos miles de muertos le tocan al gobierno de AMLO. Y escucharemos entonces que nos dice el canturreo de la izquierdosidad mexicana, esa que AMLO encandiló y atrajo como la luz a las polillas sobre todo en ese bastión de las tribus perredistas y facciones de todo tipo: el DF.

Sin embargo, es necesario mencionar que, si bien AMLO no ha hecho nada diferente a lo que cualquier otro político, populista hasta el tuétano, y ha prometido villas y castillas, los mexicanos a su vez, le hayan dado crédito o no tomaron la decisión correcta.

AMLO, en el contexto mexicano, es solo una consecuencia, como lo fue Donald Trump acá más al norte.

Después de años y años de decepciones políticas con la triada de partidos políticos mayoritarios (PRI, PAN, PRD) los mexicanos decidieron darle una oportunidad al más improbable de los gobernantes: al populista, autoritario, fantasioso, eterno quejoso, quizás hasta algo peligroso para la quebradiza democracia mexicana.

México ha gritado, desesperado. En esa angustia ha elegido el cambio y a la vez, y probablemente a sabiendas, al hombre equivocado. Pero no había otro.

En lo personal, le deseo mucha suerte a mis amigos en el lindo y querido, pais que amo profundamente, y suerte también a todos los mexicanos en general. Al cabo  AMLO sería un mal que duraría solo seis años, mucho menos que los verdaderos problemas aue asolan la sociedad mexicana, y que tampoco este gobierno va a resolver.