Hace un par de días puse esta foto en Facebook.
Es el tobillo de una muchacha, india o paquistaní, especulé, que estaba sentada frente a mí en un Starbucks. Y traje la foto a colación como dato curioso.
Curioso, porque no es común -para mí- ver una pierna peluda en una mujer, ni en Cuba, ni en México, ni en los Estados Unidos, países donde he vivido tiempo suficiente para que mi observación sea estadísticamente representativa. Curioso, porque las mujeres de mi generación y mi cultura se afeitan axilas, piernas y, a veces, entrepierna.
Ni en su peor momento, pensé al ver los gruesos vellos que asomaban entre pantalón y calcetines, las cubanas que conozco se exhibirían con esa pinta. O sea, peludas.
Hasta ahí mi idea, tácita, al colgar la foto.
Pero he aquí, para mi sorpresa, que me encuentro con que el hecho de que una mujer tenga o no vellos en el cuerpo, y decida depilarse o no, también es objeto de la cruzada feminista.
Regreso entonces con este tema no porque desee ni me interese discutir el feminismo o sus matices; creo que el escrutinio del feminismo les corresponde a las mujeres, que son las principales afectadas o beneficiadas.
Pero he aquí, para mi sorpresa, que me encuentro con que el hecho de que una mujer tenga o no vellos en el cuerpo, y decida depilarse o no, también es objeto de la cruzada feminista.
Regreso entonces con este tema no porque desee ni me interese discutir el feminismo o sus matices; creo que el escrutinio del feminismo les corresponde a las mujeres, que son las principales afectadas o beneficiadas.
Regreso porque son los tiempos cuando no parece posible mostrar un tobillo femenino peludo y no atraer la atención -y uno que otro ataque verbal- de feministas. Y eso merece un comentario.
Quiero referirme entonces al vello corporal, primero. Al feminismo, después. Y esto sin la menor intención de convencer a nadie. Esto es solo mi opinión -y de otros millones, probablemente la mayoría del planeta, pero solo escribo en mi nombre.
Quiero referirme entonces al vello corporal, primero. Al feminismo, después. Y esto sin la menor intención de convencer a nadie. Esto es solo mi opinión -y de otros millones, probablemente la mayoría del planeta, pero solo escribo en mi nombre.
***
El vello corporal entonces es, sépase, un carácter sexual secundario, y cito:
“(En el hombre) hay presencia de vello androgénico más grueso y largo en otras partes del cuerpo: brazos, piernas, pectoral, abdominal, axilar, y púbico.”
“(En la mujer) hay desarrollo de vello corporal o androgénico en menor medida que el varón, principalmente en las piernas y axilas.”
Sin irnos a rigores académicos se puede entonces afirmar que una mayor cantidad de vello está asociada a la masculinidad. Por ende, mientras menos vello, mayor feminidad. Parece entonces, a priori, ser asunto hormonal la pelambre, y no de marcha, bandera o igualitarismo.
Pero es mucho más simple aún: eliminar el vello corporal, que ya se ha convertido en algo cotidiano también para los varones, es una cuestión de nuestra particular estética y, también, en no menor medida, de aseo personal; menos pelos, menos substrato para bacterias y sus metabolitos, que contribuyen a que los humanos seamos con toda probabilidad los animales que más apestan en el planeta tierra.
Postulemos entonces: menos vello, menos hedor.
En lo personal, me consta esa consecuencia y doy fe de ello. Viví cuatro maravillosos años en Europa del Este cuando y donde la mayoría de las mujeres no se afeitaba por una cuestión, efectivamente, cultural -decíase en aquella época que mujer afeitada era una puta- y debo decir que sus humores eran particularmente fuertes.
Sigo dando fe, y enuncio que soy de la generación en la cual la mujer es delicadeza, belleza, suavidad, mientras el hombre de alguna manera es lo rudo y tosco por contraste. En esa guisa, mis mujeres contemporáneas acentuaban -acentúan- su feminidad y los hombres su virilidad, así de simple. De esa manera las cosas funcionaban -funcionan- perfectamente, sin traumas ni segundas lecturas.
Digo además que, para mí, una componente del placer sensorial en la relación de pareja es acariciar la piel de ella -por cierto, la piel de negras y mulatas tiene una lisura de la que carecen las blancas.
En lo personal, me consta esa consecuencia y doy fe de ello. Viví cuatro maravillosos años en Europa del Este cuando y donde la mayoría de las mujeres no se afeitaba por una cuestión, efectivamente, cultural -decíase en aquella época que mujer afeitada era una puta- y debo decir que sus humores eran particularmente fuertes.
Sigo dando fe, y enuncio que soy de la generación en la cual la mujer es delicadeza, belleza, suavidad, mientras el hombre de alguna manera es lo rudo y tosco por contraste. En esa guisa, mis mujeres contemporáneas acentuaban -acentúan- su feminidad y los hombres su virilidad, así de simple. De esa manera las cosas funcionaban -funcionan- perfectamente, sin traumas ni segundas lecturas.
Digo además que, para mí, una componente del placer sensorial en la relación de pareja es acariciar la piel de ella -por cierto, la piel de negras y mulatas tiene una lisura de la que carecen las blancas.
Postulemos entonces: menos vello, mayor sensualidad y placer.
Es posible que en la India o Paquistán una muchacha núbil no se afeite las piernas. Hace un año viajaba en un avión repleto de indios y una muchacha apenas adolescente exhibía sus piernas cubiertas de gruesos y abundantes pelos, muy similares a los de la foto de marras. Ese símbolo de aún pertenencia a la niñez, previo a la edad de merecer, también era usanza -o es, no lo sé ya- en Cuba.
Es posible que en la India o Paquistán una muchacha núbil no se afeite las piernas. Hace un año viajaba en un avión repleto de indios y una muchacha apenas adolescente exhibía sus piernas cubiertas de gruesos y abundantes pelos, muy similares a los de la foto de marras. Ese símbolo de aún pertenencia a la niñez, previo a la edad de merecer, también era usanza -o es, no lo sé ya- en Cuba.
Hasta aquí, espero que haya quedado establecido que entiendo la cuestión cultural del vello corporal.
Menciono entonces que las mujeres de mi vida, madre, hermanas, novias, esposas, hijas, amigas, por suerte para todas ellas, y en lo obvio para mi, no necesitaron ni necesitan furibundos principios para ser mujeres plenas y femeninas. Se acicalan o no, se peinan, tiñen, maquillan, visten, o no, pero lucen, brillan por su género y modos. Y se afeitan cuando les da la gana. Y son mujeres a plenitud.
Ninguna de ellas se siente menos, y mucho menos menos femenina por afeitarse o depilarse.
Ninguna de ellas se siente menos, y mucho menos menos femenina por afeitarse o depilarse.
Postulemos entonces: cada cual se afeita si le da la gana.
Llegado a este punto -donde queda también establecido que entiendo y respeto el libre albedrío- quizás por cuestión generacional, existencial o de género no logro ver qué relación hay entre el feminismo, o el orgullo de ser fémina, o la idea de que prevalezca el sexo femenino, con un cuerpo cubierto de pelos.
Acentuar un carácter sexual secundario que tiene que ver más con la masculinidad que con lo femenino, y eso para reafirmar su feminidad, pues es una paradoja que escapa a mi entendimiento.
El cuerpo velludo, se sabe, es un rasgo asociado a los Neandertales (conmigo no, con 23 and Me) que, como se sabe, perdieron la pelea ante el Homo Sapiens Sapiens -y ante la Mulier Sapiens Sapiens también, aunque los naturalistas no hayan hecho esa concesión al feminismo.
Por tanto, si las damas que se ofenden ante mi foto de un tobillo femenino y velludo estuvieran defendiendo la causa de los Neandertales, a pesar del exotismo de la idea, quizás lo entendería. Pero solidarizarse con un tobillo peludo cuando se trata, insisto, de ensalzar lo femenino, a la mujer, el epítome de la belleza humana, insisto, no lo entiendo.
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Definitivamente hay mejores maneras de acentuar la igualdad entre hombres y mujeres que no sea dejarse crecer pelos por doquier.
En mi familia, que es lo que más conozco, hay desde amas de casa, madres solteras sin miedo a la vida, estudiantes y profesores universitarias, y exitosos ejecutivos de venta. Todas mujeres y, hasta donde sé, todas se afeitan o depilan a la hora de lucir su belleza.
Ya comentadas entonces las cuestiones culturales y de libre albedrío, no entiendo en qué momento, y por qué, la proverbial belleza y delicadeza femenina, y en ello por supuesto incluido el afeitarse o depilarse, dejó de ser algo deseable en nuestra cultura y se convirtió en un estigma.
Tampoco me queda claro si la idea es parecerse a un hombre para así ser más mujer. Si eso tiene sentido para las feministas y el feminismo, pues esta sería una causa aun más ajena que lo que yo pensaba.
Este feminismo militante y, digámoslo de una vez, irracional, es un fenómeno que me encuentro felizmente solo en la red social.
Una pierna peluda de mujer es solo eso: una pierna peluda. No es símbolo ni pancarta. Es decisión de las mujeres que elijan no afeitarse o depilarse. Es, si acaso, síntoma y señal.
Pero pienso que los activismos y las causas, además de pasión, necesitan de mucho sentido común y obvia sustancia.