Y es todo lo que alguien de ideas conservadoras aborrece.
Es latina, bisexual, post-millenial, elocuente, bella, anti sistema, joven, osada, y viste como si de nuevo fuera 1968.
Además, aboga por el control de armas -que no es lo mismo que ir en contra de la Segunda Enmienda- y con un discurso directo y apasionado ha tomado por asalto los primeros planos del acontecer nacional estadounidense.
Ema es una de las principales portavoces de la generación nacida en los albores del siglo XXI que ha decidido oponerse, y de qué manera, a la complicidad repugnante e impune de políticos y mercaderes de armamento con las ya cotidianas masacres de civiles en los Estados Unidos.
Civiles, maldita e insuficiente manera de llamar a niños y adolescentes asesinados por orates armados con fusiles de guerra.
Emma Gonzalez, que es muestra de los jóvenes que ya están llegando a la edad de votar, y botar, a los políticos de turno. Y eso les preocupa a los conservadores, bestias que abrevan en las aguas estancadas del statu quo.
El excandidato republicano a representante en el estado de Maine, Leslie Gibson, la describió como una ‘skinhead lesbian’; machorra, retoma la idea y la califica Zoe Valdes que, a pesar de sus desvaídas glorias y holgada vida parisina, no logra escapar de la malsana influencia del verdulerismo que se impregna con los aires hediondos de los barrios bajos de La Habana; comunista, la llama uno que otro imbécil, cubano por supuesto, conservador por demás.
Miedo, lo que sienten todos.
Miedo a lo que no entienden, a la generación que está arribando. Miedo a un numeroso, y cada vez más poderoso grupo urbano que ya que no cree en la monserga de segundas enmiendas ni supuestas libertades coartadas.
Miedo a ser desplazados por esos mocosos intrépidos que son lo que nunca fueron aquellos que solo quieren ver en Emma a una loquita que se dice media lesbiana, a una jovenzuela que apenas tiene licencia de conducir, que viste chaquetas verdeolivo demasiado guevaristas, dicen esos, por suerte no tan abundantes, cubanos de escaso alcance y aún menos luces.
Por otra parte, Emma González, junto con los otros muchachos que en un par de semanas han iniciado y desarrollado una tempestad social de rechazo a la violencia, se pintan solos para que los desangelados demócratas -o peor aún, su ala izquierdista- vean en ellos la voz e imagen que les falta a ese partido para llegar a los abúlicos independientes, hartos del discurso insulso del bipartidismo americano.
Es posible que intenten, y que tengan éxito, en secuestrar la imagen de la muchacha de minorías, de apellido latinísimo, inteligente, carismática, valiente, estandarte de diversidad étnica y sexual. Es posible que logren usarla para sus propios fines electoreros.
Ojalá que el escepticismo proteja a esos muchachos y su bocanada de frescura y no se dejen atrapar por los oportunismos políticos. Ojalá que su poderosa imagen y mensaje simple los lleve más allá del pantano conservador que mantiene cautiva a una buena parte del sentido común de la sociedad americana.
En cualquier caso, ahí va mi respeto a Emma, neo-cubanita que trascendió el regetón y la mahomía cubana, de allá y acá.