Acá en los países occidentales, con la llegada de lo humanitario, en lugar de ahorcamientos y picotas públicas, los espías comenzaron a ser encarcelados, las penas más severas reservadas para los traidores.
Pero, en cualquier caso, las naciones cuyos espías son capturados, guardan prudente silencio. Se trata de no admitir abiertamente la humillación de hacer sido sorprendidos con el ojo en la cerradura y aceptar que estaban robando secretos, en no pocas veces de un amigo.
Tómese el caso de Jonathan Jay Pollard, analista de inteligencia para el gobierno de los Estados Unidos, que cumplió 29 años de cárcel por espiar para Israel. O de Ana Montes.
Los cinco espías cubanos liberados por el gobierno del presidente Obama no disfrutaron de ese manto de pudor que los gobiernos tienden sobre sus deslices. Saltaron de la oscuridad de su profesión a la fama, arrastrados por el torbellino de la megalomanía de Fidel Castro en su cruzada personal contra los Estados Unidos de América.
Los cubanos sufrieron años de agobio por la que parecía una interminable campaña que exigía la liberación de los cinco espías. Ad nauseam se machacaron en el ya de por sí absurdo cotidiano de los cubanos los nombres, biografías, fotos familiares, lacrimógenas anécdotas, estoicos gestos, imágenes espartanas de las esposas -una de ellas preñada por correo.
De tal manera, los millennials cubanos son incapaces de nombrar un firmante de la Constitución de 1902, pero conocen de memoria y para siempre los rostros, nombres y apellidos de los cinco fracasados.
Tal fue el hastío por la perenne propaganda que hubo quien comenzó a extrañar la brutal eficacia con que el medioevo se ocupaba del espionaje y sus protagonistas.
Ese proyecto mascota de Fidel Castro, Los Cinco Héroes, magnificó e idealizó a los espías. Para muchos fue entonces decepcionante observarlos en libertad, en vivo, en Cuba. Se percataron los perspicaces de que los míticos héroes eran unos simples -algunos de ellos simplones- soldados que, ya despojados del aura de la lejanía y la propaganda, nada tenían que ver con el David de “En silencio ha tenido que ser”.
Pero casi todos en Cuba coincidieron en que había que recompensar a esos hombres por los años pasados en la cárcel.
Consecuentemente, en la mejor tradición involucinaria, que premia la fidelidad ideológica, la mano alzada y el alarido, y nunca el talento, después de infinitas comparecencias en televisión, radio y actos políticos, los ex espías recibieron nombramientos en vicepresidencias y directorados en lo que, en los términos cubanos, es justicia, pues en la cosa cubana se confunde con pasmosa frecuencia lo justo y lo correcto.
Para entonces los ya mencionados más avispados respiraron aliviados, por fin, por el fin de la campaña que parecía no tener fin, y se dispusieron a olvidar.
Pero Fidel, promotor y alma del proyecto Cinco Héroes, ya no está. Por fin. Se llevó con él, a su piedra de mal gusto, su furia obsesiva. Y, si bien la confrontación no ha terminado -que ya recuperó a su enemigo favorito esa gente- al morir Fidel Castro los ex espías no solo perdieron a su protector: también perdieron el valor de uso.
Durante casi veinte años esos cinco hombres y sus circunstancias fueron símbolos cuidadosamente construidos y usados para alimentar el antagonismo Cuba -EEUU. Hasta la izquierdosidad mundial, manipulada por el aparato de inteligencia cubano, se hizo eco de la interminable campaña “por la liberación de Los Cinco”.
Pero ya la importancia de los cinco ex espías ha disminuido. Y eventualmente va a desaparecer. ¿Cuántos lectores recuerdan a aquel soldado cubano con sonrisa de orate que fue liberado por el ejército sudafricano en las postrimerías de la guerra cubana en Angola? ¿Alguien se acuerda de su nombre?
El asunto es que los símbolos tienen fecha de caducidad. Para colmo, se acerca la hora de la redistribución del menguado jamón. Para unos fieles, pero mediocres soldados, no quedará ni el hueso mondo.
Los ex espías cumplieron su función. Su misión, dirían los puristas de la involución. A cambio recibieron loas, algunas prebendas, y ahora todo va regresando a la normalidad post fidelista. A la normalidad de los sucesores, que quieren su herencia que no van a compartir, mucho menos con figuras de ornato.
De tal guisa, la red social que se interesa por lo que acontece -o no acontece- en Cuba cobró vida la pasada semana tras la noticia de que la esposa de uno de los cinco ex-espías escribió una carta protestando porque a su esposo, y a otros dos de los cinco, los habían dejado fuera de las nominaciones para diputados a la farsa parlamentaria cubana.
Que se merecen la nominación, escribió airada la dama, que están más probados que el chocolate esos ex espías, añadió en golosa alegoría, como si ser legislador en un parlamento, aún en uno tan espurio como el cubano, se tratara de una casa en la playa o un televisor chino.
No le basta a la dama con la “botella” de la que disfruta junto con el esposo; al parecer quiere también ringorrango, jet set proletario, alcurnia política. Le va el estatus en ello, a ella, a ellos, porque se empieza por ser ignorado para diputado, y se termina como el soldado de la sonrisa alucinada.
¿Fin de temporada?
Es cierto. Es el fin de la temporada fidelista. Pero no pienso que el asunto de los tres defenestrados sea parte de una purga.
Ser diputado a la Asamblea Nacional en Cuba, se sabe, está lejos de ser algo realmente relevante. De esos diputados se espera aplauso, unanimidad y un par de reuniones anuales. Una tarea que no demanda particular talento. Además, el parlamento -debería llamarse acatamiento- cubano es el lugar ideal para lucir en vitrina a figurines que tampoco aportan nada pero que adornan a su manera ese ejercicio de sumisión.
Por tanto la exclusión de tres de los cinco espías en el proceso de nominación para diputados quizá sea, como apuntó el compañero Esteban Morales en lastimera misiva, dirigida al lastimoso ex diputado Silvio Rodríguez, un error burocrático. Un engranaje en la maquinaria que acuña nombramientos y sella candidaturas, que se salió de quicio y eliminó de un plumazo al 60% de los héroes de atrezo. Eso con Fidel no pasaba, le faltó mencionar al contrito señor Morales.
Entonces, de todo este asunto, desatado por la protesta de la esposa del ex espía, lo más relevante: descarnada evidencia de la falsedad del proceso electoral y de la seudo-democracia cubana. Un embarazoso quítate-tú-pa-ponerme-yo. O pa-ponerlos-a-ellos, dado el caso.
¿Los electores? Pues queda también expuesta, en no menor medida, la extraordinaria mansedumbre de los cubanos y su bovina adhesión a la doctrina involucionaría. Basta leer lo que se ha comentado al respecto en sitios pro gobierno cubano para salir corriendo de allí, escandalizado por la estulticia.
Para finalizar, lo más terrible: queda de nuevo en tres y dos, y valga la redundancia, la salud política de la sociedad cubana.
Y no hay nadie en el círculo de espera.