El domingo decidimos comer algo
diferente y nos fuimos a Elmhurst, un enclave asiático
en medio del variopinto Queens. El
restaurant se llama Pho Bac, cocina vietnamita.
Debo decir que uno
viaja por Queens y hay zonas que recuerdan escenas de Blade Runner,
especialmente en un dia lloviznoso y gris como el pasado domingo.
Elmhurts es una de ellas. Y el restaurant, cuyo sitio web está de primera, resultó ser una suerte de lo que uno esperaría encontrar
en un barrio obrero de Shangai (yo nunca he estado por allá , pero
esa es la idea...)
El lugar estaba
totalmente lleno y los únicos parroquianos no asiáticos resultamos
ser nosotros tres, parados junto a la puerta de entrada esperando ser
atendidos. Las conversaciones entre meseros y clientes transcurrían
en un lenguaje que pudo ser chino o vietnamita, no que yo sea capaz
de diferenciarlos, y los meseros nos miraban de soslayo, pasando por
nuestro lado sin decir una palabra.
Así transcurridos un par
de minutos, y ya considerando si nos íbamos a comer chicharrones a
un restaurant colombiano, un muchacha se materializó frente a
nosotros y con abundancia de gestos nos indicó una mesa que
había desocupado, justo junto a la entrada de la cocina y los baños.
Un mesero la limpiaba con un trapo húmedo que la dejó precisamente
así, húmeda, si bien no percibí esa peste a trapo de cafetería
que los cubanos tan bien conocemos.
Mi esposa y yo,
diligentes y pacientes, terminamos de secar la mesa con servilletas
de papel. Alguien trajo dos menus y una destartalada tetera,
rebosante de un humeante té verde, con dos diminutos vasos, y un
vaso con agua para mi hijo. “Ni te imagines que va a tomar de esa
agua...”, dijo mi esposa y puso el vaso a buen recaudo.
Un mesero diminuto,
con una enorme pulsera de oro y que no parecía mesero, se dispuso a
tomar nuestra orden, su rostro una mezcla de indiferencia y sorna.
“May I have chicken and rice, please?”, le dijo mi hijo y el
hombrecillo nos miró perplejo, con cara de “Qué ha tocao ese?”.
Never mind, le digo, traiga por favor unos rollos fritos, rellenos de
carne con vegetales y envueltos en papel de arroz, arroz frito y una sopa de
fideos y camarones, con cebollinos y cilantro, que resultó ser muy
abundante, servida en plato que parecía una palangana pequeña. Para
acompañar, salsa sriracha, una segunda agridulce, espesa, y una
tercera de olor y sabor delicioso, una mezcla de ajos, ajíes
picantes, vinagre, quizas azúcar y muy, muy, muy picante...
“Aqui nadie sonríe
ni por equivocación, ni siquiera al niño...”, comentó mi
esposa-madre tigresa.
"Aqui vienen a parar todos los gatos perdidos de Nueva York", comenté yo...
"Eso es porque van persiguiendo a las ratas...", me comentó más tarde un amigo.
Mi curiosidad
impertinente, que es la que en definitiva me trae a estos lugares, me
llevó a preguntarle a una mesera si era realmente vietnamita el
restaurant. De su respuesta creí entender que había un par de
vietnamitas por alli y el resto eran chinos, lo cual no me asombró
porque el mejor lugar de comida japonesa en mi ciudad es regentado
por chinos.
En fin, comida
excelente, ambiente y servicio pésimos, en un lugar interesante.
Próxima parada, el
24 en casa de unos amigos, puerquito asado en caja china, para no
alejarme mucho de lo asiático...