miércoles, 22 de julio de 2015

Cincuenta y seis instantes de una decadencia

No hay quién se ponga de acuerdo en qué fue lo primero que sucedió.

La expropiación de los negocios privados, tal vez. La dictadura. El populismo. La ceguera. Fidel en sí mismo. El aborregamiento masivo. La Guerra Fría. De todo, se dice.

El regreso de las putas, digo yo, que fue el primer síntoma.

De los logros que se adjudica la involución, logros que fueron financiados durante tres décadas por los ex-socialistas (ex, delante de socialista, comunista, fidelista, u obeso, es sinónimo de afortunado), la eliminación de la prostitución fue el primero que colapsó.

Vamos, uno no puede ir contra natura. La gente siempre va a singar, de gratis o cobrando, bajo swastika, estrellas y barras, hoz y martillo, o en un matorral infectado de mosquitos; hay un mandato de supervivencia en nuestro genoma, apertrechado de hormonas y placeres, que es imposible soslayar. Por eso regresaron las putas, y con ese regreso se fue abajo uno de los logros de la sociedad de mujeres y hombres nuevos que no renunciaron a hábitos viejos.

Más tarde… Bueno, más tarde fue la debacle.

Los hospitales parecen terminales de ómnibus, las terminales de ómnibus parecen potreros y los potreros están vacíos. Los médicos pasaron de logro respetado a ser una penosa fuente de ingreso: el desgobierno proxeneta los envió de jornaleros a otros países, a ganar dinero, a cambio de que entreguen la mayor parte de sus ingresos a ese su desgobierno dueño, desgobierno que boquea y transita, como sus putas, de un mecenas a otro para poder sobrevivir en el final de esta era.

Mientras, de las escuelas cubanas desaparecieron los Maestros, y llegaron los maestros. Les siguieron unos televisores, y unas personas que necesitaban trabajar en algo y la escuela, pues era una opción.

Mientras, las putas y pingueros demostraron que también podían ser un sector rentable, atractivo para el turismo y se convirtieron además en una parte importante de la sociedad cubana emigrada en México, las Europas, pero no así en los Estados Unidos, donde la competencia, como en todo lo demás, es feroz (bendito capitalismo).

Pero, además, la prostitución -que no la putería- es ilegal en los Estados Unidos (si bien el porno no lo es, gracias a Baco), por lo que los mustios mexicanos, españoles o italianos, que van de putas a Cuba con cien dólares en el bolsillo en plan de magnates, no tienen la menor oportunidad aquende en el monstruo, donde un perro caliente cuesta cinco dólares y una puta, pues tendrían que pagarla entre cuatro.

En fin, la gente se fue. Los médicos, los ingenieros, los amigos, putas y obreros. Primero a cuentagotas; después, en hemorragia: por el Mariel, los balseros, o como se pudiera. Hasta que le llegó el turno al último logro, a los deportistas; “por fin, coño”, dijeron, y se fueron también. Así sucedió que desapareció la era dorada del voleibol; el beisbol cubano, pues está acá en las Grandes Ligas. Y los cubanos de adentro se volvieron fanáticos de la Liga española de fútbol.

A eta vsió. Ya no queda casi nada. Ya no queda ninguno. Ya no queda casi nadie. Solo las putas nuevas, heroicas sobrevivientes, siguen patrullando las sendas de los turistas.

Son estos los tiempos entonces en que Cuba gana un bronce en el beisbol panamericano (¡panamericano!) y se dice que es un triunfo; es la era de las embajadas, la hora de las dictaduras aceptables, y la plebe se alegra sin saber a ciencia cierta por qué; es, a estas alturas, que uno que otro idiota dice que Internet es algo nocivo para lo que queda de la nación cubana; y sucede que un cubano infeliz, enfundado en un traje color mierda, muestra un trapo rojinegro frente a la Casa Blanca, y se ufana de ello.

Quizás sean estos los nuevos logros y uno, maleducado por la lejanía, simplemente no los sabe apreciar en su justa magnitud. O tal vez estos sean solo más instantes de un desplome sin prisa páusico, que comenzó… bueno, ya lo había mencionado: no hay quién se ponga de acuerdo en qué fue lo primero que sucedió.

Pero lo que no hay dudas es que, sea eso lo que sea, todavía está ahí, desgranado instantes…

Cincuenta y seis más, tal vez.

Alec Heny ©

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