lunes, 11 de mayo de 2015

La Odisea de contar la historia del miedo con miedo

No me gustó “Regreso a Ítaca”.

No me gustó, porque es una de esas cosas que suceden cuando los artistas escriben, en esencia, sobre sí mismos, y no sobre las cosas en sí.

La película, de principio a fin, me pareció una narración atropellada; parches zurcidos al descuido sobre un tapete muy deteriorado; diálogo a machetazos, que avanza a saltos a veces incongruentes: por momentos -casi todos- más teatro (y no bueno) que cine (malo).

“Regreso a Ítaca” es, sobra decirlo, un discurso de decepción. Pero no fluye: da la impresión que el escritor -tengo entendido que es Leonardo Padura- fue anotando sus ideas tristes, una hoy, otra mañana, hasta que sintió que había cubierto los tópicos del desencanto generacional y nacional; entonces, los alineó en una narración, pero con el solo propósito de declamarlos, de una vez, y no de que fueran una historia coherente. La brusquedad de las transiciones en la conversación es tal que me recordó aquellas películas de Bruce Lee donde la idea central era caerse a patadas lo más pronto posible.

Por ello la película es un relato a trompicones; frases, apiladas con torpeza en los parlamentos de los personajes, que las más veces resultan acartonados, mostrando escasos destellos de credibilidad; se notan, con frecuencia dolorosa -porque están ahí al menos cuatro actores que he visto en mejores momentos- totalmente ajenos a cómo yo hablaría las mismas cosas con tres socios, muriéndome de calor en la terraza de mi casa en La Habana.

Es cierto que la película es un discurso osado para las condiciones de la mordaza cubana; a mí me resulta fácil imaginar al escritor con taquicardia al amontonar reflexión tras reflexión y pensar que las iba a hacer públicas en algún momento.

Pero, por otra parte, no me asombra nada de lo que ahí se dice, simplemente porque nada es nuevo; porque todo eso lo he estado leyendo, escuchando -inclusive escribiendo- de una forma u otra, desde hace uno, cinco, quince o veinte años; porque por esas razones que ahí enumeran, algunas apenas esbozadas, y otras que ni siquiera se mencionan, yo emigré hace casi tanto tiempo como el triste Amadeo. Ese regreso-visita a los orígenes del desencanto, pienso entonces, llega con retraso y, para colmo, incompleto.

“Nos hicieron creer, nos dijeron, nos robaron la vida”, es el argumento que revuelven una y otra vez como un potaje frío. “Ellos”, el sujeto-villano omitido, viene a ser un cauto eufemismo que designa a un ente maligno, atemporal y omnipresente, que le ha jodido la vida a cinco histéricos; “Ellos”, que es el gobierno cubano -sus funcionarios, su máquina represiva, su incapacidad para generar riqueza, para administrarla, su vocación para el desastre- y que nunca es mencionado de forma explícita.

Si un no-cubano, ajeno a esas penurias, tuviera la oportunidad -y paciencia- de ver la película, probablemente pensaría que el problema cubano es bad karma, mala suerte, osorbo, salación, y no la permanencia perniciosa de un desgobierno de mierda que ya rebasa el medio siglo en el poder.

Los actores, por otra parte, no logran salvar la historia; no hay manera de que lo puedan hacer, y se hunden con ella bajo el peso de tanto cliché.

Un pintor, ya sin talento, alcohólico, histérico en su ostracismo.

Un potencial “mejor de todos nosotros” escritor, devenido dirigente oportunista, corrupto “enriquecido”, castigado por el autor a ser histérico porque va a ser castigado.

Otro escritor, también mediocre, también frustrado, ya estéril, emigrado, chivato, que quiere, nada menos, que regresar a vivir a Cuba después de 16 años de exilio, a escribir, dice, que allá afuera no puede escribir, se queja, desplegando una ingenuidad tan irreal que resulta ridícula; histérico porque, según explica, se quedó en España para no chivatear a su amigo, cuando en realidad lo hizo para que no lo metieran preso por poseer divisa ilegal.

La mujer, médico, profesional que sobrevive a pesar de su salario, a la que -casi- todos masacotean a lo largo de la tarde-noche-mañana en la azotea devenida sofá de sicoanalista; madre, ataviada con pulsera de cuentas que no le abre caminos, embarcada porque no la reclaman sus hijos que se fueron a Miami,  histérica en términos generales -sigue siendo buena actriz Isabel Santos, pero…-

Y el negro, ingeniero, profesional, fracasado, viviendo de la ilegalidad, bovino, pero histéricamente fiel. Y el peor actor.

Hasta ahí, 60% UNEAC, 20% FMC, y 20% la etnia.

El resto del desfile, pues la madre cubano-tierno-estereotipo; un adolescente, sin esperanza ni rumbo, cuya única aspiración es irse del país; su novia, una muchacha dark, maleducada, evadida, ansiosa por comer y beber, por las cosas, olfateando el aroma del suavizante en un pulóver importado y, para colmo, muda.

Hasta ahí, la intectualidá marchita; el presente-futuro, que se desmorona entre los dedos; la tradición como bastión -arroz, frijoles-, y el absurdo –arróconfrijole y, ¿Rioja?-. Hasta ahí, la historia.

Dentro de los lugares comunes que la película despliega está, por supuesto, el escenario, tan manido como las catarsis de los personajes: una azotea que, de un lado, mira al cascarón cariado de La Habana; tan cerca del Latino que se escucha el clamor del público y, a la vez, junto a la costa -todavía ando tratando de ubicar el edificio, que desconcierta al habanero que llevo conmigo-; azotea atalaya para divisar matanza de barrio y chusmería de puerco; del otro lado entonces, una magnífica vista turística del aliciente del mar, malecón y Morro incluidos.

Tampoco podía faltar el inevitable apagón, simbólico estereotipo de la mala vida cubana. La burda intencionalidad es subrayar la cosa mala per se; que no falte un ingrediente, que se puede poner aun peor: entiéndase, es el desamparo el que los asedia, el que los hace hablar, al autor, a los locuaces amigos refugiados en la azotea, la sensación de decadencia a la que contribuye en no poca medida, con intención o sin ella, el rostro deformado por el labio inflamado, y la voz lamentablemente corroída -¿cigarro…?- de Isabel Santos.

Como si no bastara con todo ello, con el título rimbombante, con el recreo en la erudición -inútil- de los personajes, pues ahí nos va de ñapa una cita de Vargas Llosa, su pregunta acerca de cuándo se le perdió el Perú; referencia tan ociosa, pues los cubanos no necesitamos de tal pregunta: sabemos de memoria cuándo, cómo y dónde se nos perdió Cuba.

No hay mucho optimismo entonces en este regreso, y precisamente ese sentimiento es uno de los pocos asideros que encontré en la historia.

También hay un aspecto cronológico que no me cuadra en la narración: los personajes evocan música y época de personas que deberían tener más de 60 años para poder haber ido como jóvenes al legendario concierto de Serrat en el Parque Lenin, para que “California Dreaming” y “Eva María” les resultaran nostálgicas, o para haber peleado en la guerra de Angola. Sin embargo, lo que veo son personas contemporáneas conmigo, que era un niño cuando Serrat todavía era amiguito de la cosa cubana, y casi un bebé cuando el Summer of Love hervía en los Estados Unidos.

En fin, ya lo dije, no me gustó la película.

La película, que navega bajo el amparo de la bandera francesa -de repente parece que el mensaje a los censores es “¡Oe, conmigo no, con los franceses!”- se queda en eso: en queja sosa, en un rumiar que no llega siquiera a la osadía de inconformarse de veras; de decir, aprovechando el tono escatológico de la hora y media de conversación, que esto, eso -el país, el gobierno, la sociedad- es una reverenda pinga, y que hay que cercenarla de una vez.

Pero no sucede.

Lo que veo entonces, si es que debo nombrarlo, es un regreso fallido a lo mismo, a la charla en la esquina; a algo que le hace un escaso favor al magnífico poema homónimo, cuyo título, la verdad, le queda inmenso a una buena historia, tan mal contada.

Alec Heny ©

5 comentarios:

  1. "Un pintor,un escritor,un potencial,otro escritor,la mujer médico,y el negro"...así,sin más.De lo cual se infiere que si uno hiciera una enumeración de personajes en una película en la cual la mayoría de actores fueran blancos uno pudiera enumerarlo así de esta manera:"un pintor,un escritor,un potencial,otro escritor,y el blanco"...Que mala intención,que desidia,que racismo,cuanta estupidez,lo mismo en un caso que en el otro.

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    1. Chevy59, te publiqué el comentario solo para poder decirte que, Usted, mi estimado, no entendió nada. La ofensa, bueno, ya sabes, rollito, y pa dentro. Gracias por participar.

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  2. Wao,el libre gran irónico escritor necesita aprobar lo que publica...wao.

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  3. A mi tampoco me gusto, es mas de lo mismo, sin decir nada nuevo, la tragedia y la frustración típicas de Padura, con la critica al sistema, para decir que lo critican, pero sin llegar al punto de que los puedan censurar. De las actuaciones y lo soso del guion, mejor no decir nada. Un ultimo detalle, la algarabía por la pelota, al menos a mi, me pareció que eran los vecinos, no del Latino, y el edificio, creo que es uno que esta en la calle Marina, frente al parque Maceo. Saludos

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