viernes, 8 de mayo de 2015

Aprendizaje

“Papá, me sé una palabra nueva…”

En las últimas semanas ya han sido varias las palabras nuevas; se acerca cada vez, se pega a mi oído, en susurro cómplice. “Creo que es así...”, me dice entonces en voz alta, y me observan sus ojos de seis años, exentos de malicia, pero repletos de asombro por algo que ahora ya conoce, pero que no entiende.

En esa guisa, pues han sido nigger, bitch, fuck, además de stupid, idiot y hideous.

“Pero yo sé que no las puedo decir…”, continúa; quiere tranquilizarme, hacerme saber que él sabe. Pero en realidad no sabe: por eso hay cierta angustia en sus ojillos de tipo inteligente, al que no le gusta no entender. Porque, en realidad, no entiende por qué hay palabras tan malas que ni siquiera se deben decir en voz alta, a riesgo de invocar demonios que uno no merece.

Entonces le explico.

Que esa es una palabra muy ofensiva para las personas que tienen piel oscura; que nosotros no ofendemos; que en nuestra casa no diferenciamos a las personas por los colores de piel, sino por cómo piensan y actúan; que las clasificamos, eso sí, en buenas o malas, que eso es lo que importa; que las malas palabras se pueden usar, pero sólo si tiene sentido hacerlo; que hasta que uno no comprenda ese sentido, el de la ocasión y el significado, mejor que no las use; que hay otras que no son malas palabras, pero también son ofensivas; que, efectivamente, hay personas estúpidas, idiotas y hasta odiosas, pero que nosotros no odiamos. Que simplemente las echamos a un lado, y seguimos con nuestra vida.

Le expongo también que, aunque no use esas palabras, es necesario que él las conozca, todas;que sepa de qué se habla, que son parte de la vida, y de la vida de las personas con las que interactuamos. Que nosotros en casa no le enseñamos esas palabras, pero que con gusto se las explicamos. Que no dude en preguntar cada vez.

Asiente. Ha entendido. 

Entonces hace un círculo con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda, introduce en él el dedo índice de su mano derecha, y lo mueve atrás y adelante. “¿Y esto qué es?”, y me observa sus ojos de seis años, exentos de malicia, pero repletos de asombro por algo que ahora ya conoce, pero que no entiende…

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