Hay palabras que dejan un
mal sabor. Defector, en inglés, es una de ellas. No me gusta, nunca
me gustó, y menos aun después de buscar significados, traducciones
e interpretaciones.
No encuentro en español
un equivalente a defector, no encuentro esa tenue separación entre
defector y traitor que se logra en inglés. Pero algo sí está
claro:
Me jode la palabra.
Y traigo el tema porque la
víspera de año nuevo, en casa de una amiga, conversaba con una
señora, de verborrea incontenible y ojillos de ofidio, que indagaba
acerca de cómo llegué a los Estados Unidos. Decidí quedarme a
vivir fuera de Cuba mientras trabajaba para una institución
académica en México, le explicaba y después, pues la frontera y
los Estados Unidos.
“Ah”, dijo entonces la
señora con un dejo despreciativo, “defector...”
“No”, le respondí en
tono suave y sonriente pues, vamos, fin de año, en casa
ajena, en fin, “sólo emigrante...”
“Whatever...” dijo
mientras los ojillos, que me observaban fríos, lejanos, se clavaban
en una pared distante.
Y yo tomé mi copa de
vino, tomé un sorbo, le sonreí a alguien y cambié de tema.
Pero me quedé con unos
deseos tremendos de ir a fondo, de lanzarme y argumentar y demostrar,
pero no creo que ni la señora hubiera cambiado de parecer ni que por ello los
cubanos emigrantes, que ya por decreto éramos gusanos, dejáramos de
ser considerados, en inglés, defectors.
Para la próxima fiesta, un garrote plegable.
ResponderEliminarY una mordaza desechable...
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