lunes, 21 de marzo de 2016

Obama por su casa

La visita más importante que haya recibido Cuba -después de Cristobal Colón- está en curso. El visitante más importante que haya pisado la isla camina las calles de La Habana. Y de qué manera.

Claro, Usted puede pensar que, ey, espera: que han venido primeros ministros, Presidentes, que dos Papas, que Chávez con su petróleo, que Putin con su chequera, que primeros secretarios soviéticos a instalar un suero de vida en la vena escuálida de un país en coma.

Pero no, créame -y me disculpa lo tajante-: El Presidente Barack Obama es el visitante más ilustre, su visita la más relevante que haya recibido Cuba. Y el general se lo está perdiendo.

No sé cuál consideración diplomática determinó que el general recibiera al Papa sí, al Presidente de los Estados Unidos no. Quién sabe que se decidió en una sobremesa familar, o en una reunión con los solemnes mandarines subtropicales que desbarran sobre los destinos de Cuba y los cubanos. Pero ni siquiera es importante.

El Presidente Obama ha tomado La Habana sin disparar un tiro, y la gente lo aclama. Se pasea por el Malecón, a pie o en imponente comitiva, desanda las calles, cena en una paladar; desafía la lluvia que ahuyentó a los curiosos y que dejó el escenario inmaculado para el drama, como diseñado por Stanley Kubrick.

Camina La Habana entonces el Presidente, como Obama por su casa, mientras el dueño del inmueble se encierra en el último cuarto, bajo la cama, en perreta de estado. Obama saluda, sonríe a cubanos afortunados de poder verlo de cerca; otros cubanos, con menos fortuna, son reprimidos, golpeados, arrastrados a mazmorras solo por pedir que un general miserable y su séquito de inútiles salgan de una buena vez ese cuarto, de esa casa; que se marchen, por favor, que ya no regresen.

Si yo aun viviera en Santos Suárez, adonde Obama no irá -¡y con tanta falta que le hace a esas calles bombardeadas!-, sintiera vergüenza. O más vergüenza. Por la obvia pequeñez de los desgobernantes cubanos. Por los que reciben una bofetada en mi nombre. Por la lluvia impertinente. Por la ciudad destruida.

Pero mi pena es a distancia. Lejos de los portales mugrientos, el Malecón desierto, y mi Presidente de turno.

Mi pena, Cuba, que no tiene remedio.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario