viernes, 28 de agosto de 2015

La cosecha de la nostalgia

“Mire, quédese con él, si quiere, yo me compro otro…”, le ofrecí al señor que había ojeado, con un aire que me pareció de cierta indiferencia, el anuario de beisbol donde se relataban hechos y cifras de mis admirados peloteros de los años setenta y ochenta. “Sin pena”, rematé mi oferta, generoso, y lo observé pasar las páginas a las que no les prestaba mucha atención.

“Ná, gracias…”, me respondió al fin el señor, devolviéndome el librito, y reiniciando la conversación con otro tema que ya no recuerdo. Efectivamente, me dije, era indiferencia. Dos días después el hombre, tío de la que por entonces era mi esposa, regresó a Miami, donde vivía hacía ya veinte años, y yo hube de esperar otros tantos para entender cómo se llega a ser indiferente ante lo que a otros cubanos importa.

Me acordaba de ese breve episodio al leer que habían llegado a Miami cuatro comediantes cubanos, contemporáneos, a los que no conozco. Vienen siguiendo a su público emigrado, que sí los conoce; inmigrantes recientes, que quizás ya apenas recuerden que Boncó era un “pala” en el programa estelar de Carlos Otero en el canal 6, junto con Gustavito y Antolín, o que Hilda Rabilero, con aquella divina risa de depredadora, fue la reina de los anocheceres sabatinos en su programa “Contacto”. Definitivamente tampoco van a saber quiénes fueron Enrique Arredondo, María de los Ángeles Santana, o Germán Pinelli, como yo tampoco conocí, y por tanto no puedo recordar, a Trespatines o Cachucha y Ramón.

El exilio cubano, y sus memorias, es como esos estratos geológicos que cuentan nuestra historia, a la vez que dejan intactas cada una de sus etapas. Cada cierto tiempo entonces alguien viene a excavar en esas memorias, a cosechar la nostalgia; lo hace con presentaciones de Mirta Medina o Ania Linares, con shows de Gustavito y Ulises Toirac, o como ahora con estos comediantes -para mí- desconocidos. En los peores casos la recaudación incluye a politiqueros oficialistas como Buena Fé, o a reguetoneros menesterosos cuyo nombre ni vale la pena mencionar, que también han llegado en busca de su público emigrado, devenido ahora en cliente solvente en dólares contantes y sonantes.

Es la industria de la nostalgia, de la que se están sirviendo, con cuchara amplia y escasos escrúpulos, empresarios cubano-americanos harto conocidos en ambos lados del Estrecho de la Florida.

Es un signo de los tiempos -nada nuevo, por cierto- esto de ir adonde esté el dinero. Es lo que hacemos. Es lo que hacen artistas y músicos. Para algunos se ha convertido en algo lucrativo; para otros, en una pesadilla que los hace oscilar entre Miami, o Madrid, y La Habana, entre el fracaso y la consolación.

En cualquier caso están buscando, persiguiendo con tenacidad, luchando a brazo partido, su nicho de nostalgia. Son la montaña que vino a Mahoma, porque Mahoma es el que paga.

Que les vaya bien entonces a esos comediantes; es una oportunidad válida, y la deben aprovechar. Al cabo siempre habrá un nicho de mercado nostálgico esperando ser servido, aunque algunos ya digamos, “Ná, gracias…”, y pasemos la página, indiferentes.

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