martes, 12 de noviembre de 2013

The Cool Communist

O mejor, llamémosle el cécé, el CC, vamos, sucintamente.

Yo conocí un montón de CC. Eran fáciles de reconocer. Primero, por el aspecto.

El CC vestía invariablemente camisita de cuadros. Y, en casos extremos, una chaquetica de cuero negro. En el trópico.

Eran algo común las salas de reuniones, en donde las ventanas estaban tapiadas, para evitar que el aire acondicionado de 18 grados centígrados se contaminara con el aliento de dragón del mediodía cubano. Dichas ventanas, por demás, ni siquiera se veían: estaban ocultas por espesas cortinas polvorientas, para impedir que la luz de espanto de ese nuestro sol nuclear, huérfano de nubes, diluyera el suave tono de las lámparas fluorescentes.

En algun momento pensé que ese ambiente estaba creado ex-profeso para propiciar el poder de concentración de nuestros líderes, el pensamiento creador, pero, visto el desastre, el único resultado notable han sido esas caras con ese color cetrino, malsano, que adquiere el rostro de los blancos iberoamericanos puestos a la sombra.

Entonces uno comenzaba a relajarse, a disfrutar de aquel aire bendito en aquella sala protegida de todo mal cuando, intempestivamente, el CC hacía su entrada. Invariablemente, el rostro era el de un hombre ocupado, ceñudo, que hacía un gesto apenas insinuado de saludo general, a lo alfombra roja, y que vestía, por supuesto, la chaquetica de cuero negro.

Yo creía saber de donde salían las chaqueticas.

Lo supe cuando, antes de irme a estudiar al extranjero, recibí una autorización especial, junto con todos los demás estudiantes, para ir a comprar a una mítica tienda en Centro Habana donde, siguiendo una breve lista, se podía comprar ropa de salir, no que fuera uno a parecer un indigente cuando hiciera escala en Barajas, en nuestro camino al Segundo Mundo.

Entonces, pues a comprar algun pulóver, un par de calzoncillos, medias, una maleta de viaje, un traje y zapatos. Y allí estaba también la chaquetica. Pero tuve la mala suerte de que la talla disponible en ese momento fuera adecuada solamente para la complexión y estatura de un niño de sexto grado, o de un hobbit, tipo el Comandante Guillermo García (aunque este parezca mas troll que hobbit).

Por ese fatídico azar de las tallas perdí entonces la oportunidad de parecer un CC, y todo lo que pude comprar fue un espantoso traje del color de los frijoles colorados hechos puré.

Por cierto, esa tradición de la ropa de salir es un elemento folclórico bien arraigado en nuestra cultura. Mi madre y mis hermanas, por ejemplo, siempre tenían un bloomer nuevo listo para el momento de visitar al médico.

El olor de los CC también era peculiar. Olían a algo donde estaban mezclados vapores de gasolina, sudor agrio, y vestigios de alguna colonia o desodorante de tufo barato.

Un ex-colega, ex-sindicatero, ex-sindicaloso, y ciertamente muy escandaloso, más recientemente radicado en Miami, tuvo la oportunidad de estar lo suficientemente cerca del mesiánico en jefe como para después contarle a quién quisiera, y quién no quisiera escucharlo, que este olía a talco Bebito. Pero eso no debe sorprender a nadie: el mésia no es cool, nunca lo fue, y ahora mucho menos, cuando seguro que debe oler a alcanfor e impotencia.

El CC entonces se mueve apresuradamante y se sienta a la mesa donde quizás ya hay sentadas dos o tres personas. Le palmea el hombro a alguien, se quita el reloj, lo manipula breve y habilmente, y lo coloca sobre la mesa, la esfera ahora recostada a la manilla como si fuera un minúsculo despertador, dejando claro que su tiempo es precioso y preciado, que otra reunión aguarda y que, entonces, compañeros, vamos a comenzar.

Pero hay un elemento que, si alguien no está mirando en su dirección, u oliendo el vaho de un CC, aun permite que este sea identificado fácilmente: la fraseología.

Mira, cuadro...”
Déjenme dejar claro aquí la posición de nuestro gobierno...”
La tibieza, compañeros, la tibieza...”
Estos no son tiempos de...”
Este no es el marco adecuado para...”
Este no es el momento para...”
...las más alta instancia del Partido y el gobierno...”
nuestra patria, compañeros...”
la revolución demanda, compañeros...”
el sacrificio necesario y la entrega, compañeros...”
Nuestros cuadros y dirigentes, compañeros...”
Nuestro comandante en jefe...”
¡¡¡Compaaaañeeeros!!!”

Y sigue un puñetazo en la mesa, que hace que el cuidadosamente colocado reloj se desmorone.

Pero los CC también son capaces de mostrar sosiego y cordura. Para eso hay palabras o frases altamente especializadas, que deben destacar, además, el alto grado de información, refinamiento y la agudeza de ingenio de un CC.

Decir dazibao, por ejemplo, para referirse a un documento largo y espeso.

O ukase, como la orden que hayan recibido.

O globalización, o FMI, o el Imperio, o Mossad, o Rolex Oyster, o inmadurez política.

Y todo eso, dicho entonces con un esbozo de sonrisa oblicua, condescendiente, dando por sentado que uno no tiene idea de lo que está escuchando porque, vamos, eso es cosa de élites. Os digo, los CC son gente muy peculiar.

Si alguien ha tenido la oportunidad de visitar la oficina de un CC, sabe que una foto de Fidel, o de otro comandante favorito, va a estar allí, formando justamente una línea de tres puntos con el ocupante de la oficina y el visitante.

En casos afortunados, el propio CC también estará en la foto, mirando al comandante con el mismo arrobamiento con el que yo miro una teta. Es incluso posible que tenga el brazo del prócer echado sobre el hombro, o que el CC haya tenido la increíble oportunidad de poner su mano sobre el abdómen o el brazo de su ídolo, con delicadeza y familiaridad, arrebatado, extasiado. Ya se sabe, como si se agarrara una teta.

En su casa probablemente el CC tenga una copia de la foto. En la mejor pared de la sala, presidiendo reuniones y convites, justo a un lado de un mueble sobre el que destacarían, entre vasitos con removedores de cocteles y otras botellas de licor vacías, una inmensa botella de Fundador o de Terry Malla Dorada, montadas en un soporte de alambre.

O, como alguien me dijo alguna vez, cuando aun yo sólo conocía de rones y destilados caseros: “Viste, tenía una botella de cuvasié...”, “ ¿Y eso qué es?”, “Oye, estás atrás... ¡Tremendo güisqui, compadre...!”

En fin, curioso especímen el CC. Todo un subproducto de la construcción del socialismo y la forja del hombre nuevo. Pero se quedaron y quedan sólo en eso, en subproducto, en otra cosa más de la cual deshacerse en cuanto haya oportunidad.

Y por supuesto, que cool no son, mucho menos Cool Communist, porque no existe tal cosa. Pero CC se puede mantener. Cosa Curiosa. Caso Curioso. Cara de Coco.

O Cara de Culo.

Eso. CC les queda bien.

4 comentarios:

  1. magistral..... un fiel retrato de los jefes de corporaciones, los secretarios del partido, los directores de empresas de los años 80s, los norbertos fuentes y toda esa caca que medra en el castrocomunismo.....

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  2. Eso me recuerda cuando recién graduado en 1974 en una reunión para la terminación de la primera etapa de la Escuela Formadora de Maestros Primarios de Matanzas, estábamos todos los los que por la parte constructora o proyectista, teníamos incidencia en la obra, esperando la llegada del entonces Jefe del Sector de la Construcción en la Provincia, el Comandante Víctor Bordon Machado, el cual llego vestido con pantalones y cazadora vaqueros de mezclilla azul, marca Lee y una camisa de cuadros que predominaba el rojo y que destacaba por encima del vestuario de ropa de trabajo que te daban por la libreta de racionamiento; y tomando asiento en la cabecera de aquella larga mesa realizada con tablones de pino rustico de encofrado, saco de la cintura una pistola Makarof, la cual coloco delante de el apuntando hacia nosotros y así dio comienzo a la reunión de chequeo de la marcha de la obra, con esa acción de prepotencia, para hacernos saber que el que mandaba era el. Después de eso y a lo largo de 21 años de ejercicio de la profesión en Cuba, pase por todo un rosario de anécdotas de las posturitas de los CC.

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    1. Sí, yo vi algo así una vez que andaba por Oriente, uno de esos comandantes caciques-regionales, una pincelada que debo contar alguna vez

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