jueves, 14 de noviembre de 2013

Hoy, como ayer, yo me sigo frustrando, mi bien...

Es frustrante, entonces, entre otros:

Ese vino cubano, que parece debe ser agrio para ser nuestro.
El agudo despiste de algunos opositores.
El miedo, ese viejo amigo.
La prensa cubana que, cuando por fin decida hablar, probablemente sea tan a destiempo que ya no va a tener importancia.
Que haya regetón.
Que haya sol siempre.
Y, por supuesto, las ingenierías.

Los ingenieros fueron héroes indiscutibles y conocidos desde que Julio Verne los colocó en el centro de sus historias. Antes de eso, eran sólo artesanos.

La sola mención de la palabra ingeniería, que viene de ingenio, y no azucarero, sino humano, sugiere tecnología, avance, progreso, modernidad, cosas buenas. Y allende en Cuba tenía, además, tremendo swing ser ingeniero; sabido es, por demás, que las facultades de ingeniería tienen un queseyó de lo cual las demas carecen. Es más, las jevitas ingenieras son sexys. Y tan rotundo suena ingeniero como aguado licenciado. Es un hecho, todo eso se sabía ya entonces.

Ya entonces, cuando, además de estudiar ingeniería, esto fuera en el extranjero, era doble swing. “¡Es que estudió en la Unión Soviética!”, y ya estaba todo dicho. Capicúa. Jonrón con bases llenas. El guajirito hablando ruso, cará. Pero no es el caso de Tamayo: yo creo que Tamayo ni es ingeniero ni habla ruso. Ni nunca tuvo swing.

Y así, de pronto, en medio de la marea de progreso y desenvolvimiento que proporcionaba la ayuda solidaria y desinteresada de bolos y satélites, un amigo se fue a ultramar nada menos que a estudiar Ingeniería en Explotación del Metro. El Metro, porque en La´bana, si alguien aun no lo sabe, iba a haber un Metro.

A su regreso, pues encontró unas enigmáticas oficinas, que había de ellas varias sucursales, y que se llamaban, creo, Oficina del Metro de La Habana, y que tenían hasta logotipo, una M probablemente.

No sé adonde fue a parar toda esa generación de ingenieros hiperespecializados en explotación del transporte metropolitano. Pero, por azar de los tiempos les tocó vivir aquella época de frenesí en la construcción de túneles populares (no existen túneles impopulares en Cuba), cuando era inminente, como lo ha sido siempre, que el Imperio hiciera llover misiles y bombas sobre la patria entera embravecida y, bueno, eso, túneles.

Probablemente entonces les tocó dar su opinión sobre como cablear esos refugios, donde poner una toma de aire, o dar pico y pala como unos dementes.

Después, pues llegaron las imágenes de los bombardeos en Iraq, donde se apreciaba como el enemigo honorario colocaba misiles con absoluta precisión en los portones y respiraderos en refugios y túneles en Bagdad. Entonces como que la idea de quedar sepultado en un túnel, aunque fuera popular y estuviera en mi amada Habana, perdió popularidad, estos se convirtieron en impopulares, y se olvidaron.

En fin, frustración sobre frustración.

En las ingenierías, como en todo en esta nuestra vida, hay élites. Hay superingenierías. Solamente los nombres tumban de culo a cualquiera. Ingeniería Nuclear con Especialidad en Tratamiento de Elementos Pesados, por ejemplo.

Para escribir una frase de tamaña longitud, y que sea legible, se requiere un diploma que sea al menos tres veces mas ancho que alto. Pero bolos et al resolvieron el problema de esos títulos que presumen letras góticas en formato A3: lograron acomodar toda la información en un librito, apenas mas grande que un pasaporte, y que es el título de los ingenieros que estudiaron allende en el frío. Cosa que se agradece, además, porque cirílico, mas gótico, suena medieval. Y probablemente ininteligible.

O, como pudiera haber dicho alguien, todos los títulos del mundo caben en una hojita de un librito.

Los que estudiaron ingenierías con especialización en asuntos nucleares venían de lugares selectos. El preuniversitario de Ciencias Exactas, por ejemplo, donde vestían un uniforme azul de becados, pero con un logotipo rojo que se colocaba en la manga de la camisa y que tenía, claro, un átomo con tres o cuatro electrones en órbita.

Este pre de Ciencias Exactas quedaba por Siboney, entre la Novia del Mediodía y la Muñeca, en La Coronela, no era la Lenin, que por entonces sólo se apellidaba Vocacional, y no llegaba a ese grado de excelencia.

Los que allí estudiaban, además de ser muy inteligentes, con un extra en su preparación académica, tenían que someterse a tests de aptitud y personalidad, y tenían, además, que mostrar, al menos mostrar, ya se sabe, fidelidad al modo de ser.

Eran, de acuerdo a todo y todos, la creme de la creme de los jóvenes cubanos. O al menos esa era la idea.

Sus destinos no eran menos exclusivos. Facultades de ingeniería nuclear, cátedras de acceso restringido, que ni en los libros aparecían, a veces en ciudades con estaciones de ferrocarril por las que los trenes pasaban de largo sin detenerse. Pero, en cualquier caso, siempre bajo la pupìla atenta de los funcionarios de la respectiva embajada cubana. Y no les dejaban pasar una. Había que informar acerca de todo y todos, sobre todo de los extranjeros que procuraban su amistad, con número de pasaporte incluido. Verdad de Dios.

Tan rígido, tan estúpido, tan de la guerra fría, y de la ridícula isla era todo, que hubo quién fue expulsado, “regresado a Cuba”, se decía, tan solo por haberse templado a una latinoamericana. Así de grave era el asunto.

Los ingenieros nucleares regresaron a Cuba, los que lo hicieron, más o menos en la misma época que los ingenieros en Metro. Y allá los esperaba algo que se llamaba Programa Nuclear Cubano, y Juraguá, afortunadamente, en caminos de no terminarse de construir jamás. Y, por supuesto, Fidel Castro Diaz-Balart.

Y así, entre lugares de consolación, como el Centro de Aplicaciones Tecnológicas y Desarrollo Nuclear (CEADEN), y la migración, la élite de mi generación, sus mejores, fue encontrando lugar para sus frustraciones.

Metros que no fueron, centrales nucleares que no se terminaron. 

Una economía ficticia e inoperante.

Una nación dividida, un gobierno inepto.

Gobierno que creó un país que nunca llegó, ni ha llegado, a ser nada por sí mismo, que siempre ha dependido de otro que lo sostenga y le permita existir.

Frustración sobre frustración, lo que parece ser, en cualquier época, los ladrillos de la nación cubana contemporánea.

7 comentarios:

  1. Companero Neoyorkino:Me ha hecho reir como un condenado retrotayendome a la decada de los ochentas, con sus frustaciones profesionales, aunque no era ingeniero)lo mio son las letras), trabajaba en la empresa de Ingenieria y Proyectos que llevaba la asistencia tecnica de la Central Nuclear que nunca llego a ser, y otras cosas mas, alla aquello estaba colmado de Ingenieros Nucleares, de Metro y otros titulos rimbombantes, frustrados hasta la coronilla., incluso, mucha gente en Cuba no sabe que se estaba hacienda el movimiento de tierra para construir otra central nuclear en Holguin, Las "Aventuras Nucleares" de aquel gobierno, calculo que costaron solamente en gastos directos cerca de $ 1.2 billones, y fue un gran contribuyente de la bancarrota economica de Cuba, a principios de los noventas

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    1. Pues ahí te tengo de testigo, compañero Anónimo. Lo de la central de Holguín lo escuché de pasada, ni me acordaba de eso.

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  2. nunca escuché lo de la central de holguín, pero, ay, lo del metro de la habana, sin frenos.... conocí a uno de esos que estudió en bololandia que terminó en la cujae en la facultad de transporte.... otro, un flamante amigo de la comunidad de "el carmen", el negro ariosa "el flaco", trabajó como un condenado en el proyecto del metro habanero.... uno mira desde la distancia y el tiempo y no puede menos que sentir eso: frustración sobre frustración...

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  3. Quizás debí mencionar también a los arquitectos cuyo mayor logro fue supervisar la construcción de casas del médico de la familia, o al cirujano que llegó aquella mañana en bicicleta, sudado como un cañero, y que ese día hizo 7 cirugías... pero entonces nunca hubiera terminado de escribir.

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  4. tal cual.... hasta me veo a mi mismo viniendo de caimito del guayabal a mi barrio de aldabó en una bicicleta "cubana", traficando unos aparatos que unos amigos de bauta hacían para combatir los apagones o vendiendo leche fresca (es un decir) en casa de sarita, la clarinetista de mi grupo... gracias por estas pinceladas... tengo que venir por aqui más a menudo.

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