A la espera de lo que puedan decir los
sobrevivientes del evento en que murió Oswaldo Payá, me llama la atención, en primer
lugar, la premura de Elizardo Sánchez en declarar que todo fue un
simple accidente, sin datos periciales, así, rapidito. Premura que
parece orden acatada.
Lo que resta, sin
embargo, me hace sentir pesimista.
Parece plausible que
algún asesino idiota haya planeado matar, literalmente, varios
pájaros de un tiro, a unos europeos entrometidos en política local, vaya, para que aprendan a mantenerse alejados de Cuba y sus asuntos, diría el asesino y, por
supuesto, por qué no, a Oswaldo Payá, el más sólido y moralmente
inexpugnable opositor al régimen. O que simple, desgraciada y
absurdamente, sólo haya sido un accidente. Yo regresé recientemente
de Cuba y puedo dar fé de que manejar allá implica un riesgo
altísimo por el pésimo estado de calles, avenidas, carreteras y el
sistema de señalización casi inexistente.
Pero lo que me temo
es que, aun cuando salga a la luz que hubo otro implicado en el
accidente, un camión o auto que haya embestido al de Payá y que lo
haya sacado de la carretera, alguien probablemente dirá: “Estamos
investigando los sucesos...”, y todo irá cayendo el el rápido
olvido de estos tiempos repletos de sucesos. Y por supuesto, no habrá
pruebas de la implicación del aparato represivo cubano en el asunto.
Finalmente, lamentable es la
muerte de ese cubano tremendo, lamentable es Cuba y su miseria, y
lamentable es leer las injurias y ofensas que se han escrito sobre
Payá. No hay dignidad ni honor en vilipendiar a un adversario a la
hora de la muerte.
Mierda de gente,
mierda de gobierno, mierda de país, donde sólo hay partidarios y
enemigos.
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