martes, 1 de noviembre de 2016

El fin de un Sobreviviente

Yo intento explicarle a quién me escuche, y sin que nadie me haya pedido que lo haga, que en el instante en que entras a los Estados Unidos con la intención de vivir acá, junto con sellos, papeles y un welcome, te oprimen un invisible botón de “Reset” y te conviertes en nadie.

No es relevante en esta Nueva Vida lo que fuiste, ni títulos, glorias, ni méritos; vamos, ni siquiera importa si has sido chofer ejemplar durante veinte años: acá, hay que empezar de cero, tomar cursos, sacar licencia, pagar seguro de principiante.

Es un diezmo que se cobra el país, una suerte de mecanismo de seguridad que protege a esta sociedad de una gran parte del diletantismo y la mediocridad que en otros lugares funcionan sin mayores problemas. Si Usted, bacteria de importación, quiere crecer aquí, en la entraña del monstruo, tiene que tomar la escalera: no hay elevadores, no hay atajos, no hay un socio; si acaso, clavos al rojo vivo, empotrados en un resbaloso muro que de repente pareciera de altura infinita -pero que, por suerte, no lo es. Y agárrese, que se cae.

A algunos se les da encontrar un nicho amable, un “soft spot”, al decir de un colega. Pero son los menos.

Conozco a alguien que huyó de Cuba durante la “crisis de los balseros”, en el 93 o 94. Excelente químico e investigador, con maestrías, doctorado y honores, conocedor de otros idiomas -francés e inglés-, apenas se salvó de ser lanzado al agua en el Estrecho de la Florida por sus compañeros de balsa, antes que un guardacostas los llevara hasta la Base de Guantánamo, donde se erigió en vocero natural de un nutrido grupo de refugiados hasta que, después de un par de tumbos, llegó a Miami.

Y le oprimieron de botón de reset. No cuento de sus desventuras porque no estaría diciendo nada nuevo, pero ya nunca más fue quien había sido.

Y así, me han contado de científicos meseros en España, licenciados e ingenieros de intendencia en Nueva York, y parqueadores con curriculum de lujo, allá en Miami.

La intelectualidad, que incluye a artistas, actrices y actores cubanos, es quizás la parte más visible de ese fenómeno. En México me tocó ver a relevantes actores cubanos haciendo tristes comerciales, o en papeles muy secundarios en bodrios mexicanos. De lo que sucede en los Estados Unidos, pues ni lo comento, pues está a la vista.

Reinaldo Miravalles, ya sin tiempo de tomar las escaleras o de escalar ese muro terrible, no fue la excepción, y de ídolo en Cuba pasó al anonimato y el desempleo en los Estados Unidos.

La máquina de moler programación que es la televisión, particularmente la televisión en español, trasmite para un público hispano de diversas nacionalidades, pero mayoritariamente mexicano, y, fuera de algunas televisoras locales de Miami, nadie está interesado en actores, presentadores o artistas que tienen una audiencia muy limitada: los cubanos.

Sin que suene con despectiva arrogancia, pero sí con cuidadosa selectividad, que yo no veo televisión hispana: es nociva. Pero solo alguien de la estatura de Reinaldo Miravalles me haría sintonizar un canal en español.

La némesis del Hombre de Maisinicú, Rancheador inmisericorde, el tipo que no quería que Los pájaros le tiraran a la escopeta, Sobreviviente mayor.

Se murió uno de los buenos, de los que dejé, con todo lo demás, en la Cuba que ya no existe.

1 comentario:

  1. Gran parte de lo que somos depende de la sociedad, es la parte social de nuestro ser. Cuando nos movemos a otra sociedad, desaparece gran parte de lo que somos. Es inevitable asumirlo si queremos sobrevivir en el nuevo entorno-nueva persona. No obstante, valdria la pena ver una pelicula protagonizada por el propio Reinaldo. Su titulo es "Cercania" Saludos, Pedro

    ResponderEliminar