lunes, 6 de enero de 2014

Barruntos y certezas

Terminando el 2013, y a punto de comenzar el 2014, se apoderó de mí una sensación mística, una euforia infundada, que me hizo escribir, y decir, que este año sería el bueno, que ahora sí.

No me fue revelado, si embargo, para qué sería bueno, ni que ahora sí qué.

Pero cosas diferentes sucedieron. Por ejemplo, una muy buena y ecléctica amiga, que me leyó, me respondió: “¡El que está bueno eres tú!” Por otra parte, por primera vez no llegué a las 12 del 31 al tanto del segundero, de ese momento preciso en que el planeta vuelve a pasar por ese punto de la órbita, tan frío, aburrido y oscuro como cualquier otro.

En realidad, casi cambiamos de año sin darnos cuenta.

Las 12 del 31 del 12 nos sorprendieron partidos de la risa, en una conversación a 5 voces, o a cinco gritos, hablando/vociferando, como corresponde tras sendas botellas de tinto, y una que otra cerveza, sobre inmigración, inmigrantes, ilegales, mexicanos, ET-llama-a-casa, y Pepe Mujica.

¡Ey, oye, las 12!”, dijo alguien, y nos lanzamos despavoridos a los vasitos con uva, mientras otro alguien escanciaba Prosecco, y nos atragantamos con las uvitas, expresando deseos en alta voz, o en silencio, y todos nos deseamos salud, porque conveniamos que, oye, salud, que sin salud se jode todo lo demás.

Después, pues aún me ha quedado un gran optimismo, que en mí es inusual, porque los paranoicos somos sombríos y, si asentimos con la cabeza cuando lo bueno sucede, nadie, sólo nosotros, sabe que ese asentimiento quiere decir “Disfruta mientras puedas...”

Y lo estoy disfrutando mientras puedo.

Debo admitir, sin embargo, que ni mi injustificado hiperoptimismo, ni mi más conservadora predicción de positivismo, incluyen a Cuba y a los cubanos.

No es mi intención aguarle el año a nadie. Francamente, lo siento.

Pero Cuba, compatriotas, Cuba está de pinga.

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