jueves, 18 de septiembre de 2014

Cine de barrio

Debe haber sido en el cine Los Angeles donde le agarré el gusto a las películas que nadie veía.

Me iba a medias tardes, a disfrutar del aire helado, con olor a cine vacío, a arrellanarme en las cómodas butacas, observando con curiosidad infinita las musas que flanqueaban la pantalla. Y a ver peliculas japonesas, europeas, soviéticas (que no es lo mismo) y que más nadie ha visto.

Y a fumar, por supuesto. Salia a fumar a la suave luz verdosa del mezzanini, sentado en los mullidos sofás de piel. Me acompañaban un bebedero que siempre tenía agua fría y, a veces, una acomodadora que me observaba de soslayo, con curiosidad.

Un dia mi vieja me sintió el hedor del humo, y me dió una bofetada, de las dos o tres que recuerdo haber recibido. Bofetada de pura frustración, pues el cigarro era su némesis, su pesadilla; que sus hijos fumaran, le resultaba tan insoportable y asqueante como la peste de los cigarros.

Luego llegaron los tiempos del Festival de Cine. La sala atestada, el aire viciado; toda esa gente me resultaba una profanación de mi cine particular. Pero allí conocí a una muchacha y, bueno, es parte de otra historia.

Por estos tiempos ya no están las musas, ni el cine, ni la vieja. Tampoco estoy yo, y ya dejé de fumar.

Pero me quedó el gusto por el olor a cine vacío, por las tardes de aire helado, y por las películas que nadie ve.

H/T Bitácoras Cubanas

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